No recuerdo la primera vez que escribí algo, pero sí recuerdo cómo me hizo sentir: como si por fin pudiera ordenar lo que llevaba dentro.

​

Crecí observando, anotando frases sueltas, atrapando emociones en servilletas, libretas y márgenes de libros. No buscaba publicar, buscaba entender. Pero las palabras, cuando son sinceras, encuentran su camino hacia otros.

​

Con el tiempo, empecé a compartir lo que escribía. Primero tímidamente, luego con más fuerza. La respuesta fue inesperada: gente que se veía reflejada, que encontraba consuelo, que me decía “esto también lo sentí yo”.

​

Eso me transformó. Porque comprendí que escribir no era solo algo que me salvaba a mí, sino algo que podía tocar a los demás.

​

La Tinta de Emilia no nació como un proyecto comercial. Nació como una extensión natural de lo que escribo y de cómo vivo: con calma, con intención, con verdad. Todo lo que ves aquí tiene un porqué, una historia, un trozo de mí.

​

Este espacio es un puente. Entre mi mundo y el tuyo. Entre lo que siento y lo que quizás tú también has sentido.